Posted on 12 Julio, 2011 | No Comments
Para el momento en el que cursó sus estudios de Comunicación Social en la Ucab ya realizaba películas en formato Súper 8. Treinta años de experiencia en el mundo periodístico, cuatro largometrajes de ficción escritos, una novela publicada y algunos documentales institucionales “para ganarse la vida” confirman que Armando Coll tiene una personalidad apasionada por lo verbal y lo fílmico.
Coll es un hombre de letras, y teme que éstas se alejen cada vez más de lo audiovisual: “Las nuevas generaciones de cineastas tienen una relación con la imagen más temprana, ya que hasta un niño de quince años puede manejar a la perfección cualquier programa de edición de video digital. Entonces, llegan al cine con un gran dominio del medio, pero vacíos de contenido. Saben la técnica, pero no saben qué quieren contar”.
El “mago de la luz”, como era conocido el pintor Armando Reverón, fue la inspiración para su más reciente guión cinematográfico, trabajo que realizó a seis manos junto al director Diego Rísquez y al actor Luigi Sciamanna.
“Nos tomamos muchas licencias artísticas en la escritura del guión. El trabajo inicial lo hice yo. Pero después, como pasa con todo guión, el manuscrito recibió aportes por parte de Luigi, en el momento en que hizo propio el personaje. Es un gran actor, al que no le bastó documentarse bibliográficamente con respecto a la vida del pintor, sino que además consultó psiquiatras para abordar mejor al personaje y las condiciones mentales del mismo”, comentó el guionista.
Según este escritor y profesor de la escuela de Comunicación Social, la película Reverón no debe ser apreciada como un documento fiel a la historia del artista, sino como un filme sobre pintura que busca el acercamiento cinematográfico a la época blanca del artista, que es su etapa culminante como creador. Para la construcción de la historia se utilizaron diferentes fuentes: el compilado de testimonios Reverón. Voces y demonios, de Juan Calzadilla; informes escritos por Báez Finol, médico que trató al pintor durante su reclusión psiquiátrica; los documentales realizados por Edgar Anzola, Roberto Lucka y Margot Benacerraf; y las entrevistas hechas al artista por Oscar Yanes.
Con Goya y Velásquez en la retina
En la primera secuencia de la película, Reverón aparece vestido de torero, provisto de un capote rojo con el que hace verónicas bajo un sol cenital. Coll explica que esa secuencia tiene un carácter simbólico, ya que representa la ruptura del artista con su formación pictórica: “Él se hace pintor, académicamente, en España. Sus maestros pintaban arte figurativo, y todos hacían énfasis en representar telas, pliegos y sombras en el óleo. Reverón respeta y mantiene sus referencias, pero rompe completamente con esa pintura, y a la vez se convierte en el impresionista más audaz de la historia del arte, porque lo único que quería pintar era la luz”.
Un cine venezolano diferente
Por otra parte, la película, analizada desde un contexto histórico, representa un gran paso en relación con la temática del cine venezolano. Siguiendo la añeja premonición de Mariano Picón Salas (“basta ya de esa pintura de casacas y charreteras”) en relación con la necesidad de una pintura moderna en el país, Reverón busca romper con la visión que tiene el venezolano sobre su historia. Una historia de héroes militares montados a caballo: “Es lamentable que todavía el poder entienda a la historia así, como si no existiera otro país que el de la guerra de la independencia. Esperemos que esta película sea un avance para contar los pormenores de la Venezuela del siglo XX, de nuestro país inmerso en la modernidad”, concluyó Coll.
Los siete premios que obtuvo la cinta en el Séptimo Festival de Cine Venezolano (mejor director, mejor actor, mejor actriz de reparto, mejor dirección de arte, mejor música, mejor fotografía y el premio de la película más popular, éste último elegido por el público del encuentro) confirman la aceptación de unos espectadores que día a día ven con mayor empatía al cine nacional.