Posted on 04 Mayo, 2011 | No Comments
Tomás Lander ha sido considerado por los estudiosos del siglo XIX venezolano la primera pluma del liberalismo decimonónico. Manuel Pérez Vila lo llamó “el más conspicuo representante de la corriente liberal en nuestro país”, y sus escritos constituyen la más vehemente defensa de las libertades civiles.
Hacendado y periodista, confió en el poder de la imprenta como instrumento de debate público, hizo de la prensa su aliado para la denuncia de la administración parcializada de justicia, el manejo inescrupuloso del poder y el vicio de las camarillas.
Asumió una actitud de permanente censor, no buscó cargos públicos ni negoció con el poder, su verbo ágil desnudó los atropellos de quienes se olvidaban del origen de sus facultades y actuaban en desmedro de las virtudes republicanas. Sus artículos irónicos y mordaces, sus sátiras leídas por la minoría propietaria, traspasaron los límites de la casa grande para correr como rumor, como idea trajinada, los espacios más humildes. Sus creaciones periodísticas no descuidaban la sólida argumentación, pero buscaban ante todo la polémica.
Decidido a contribuir con la edificación de la República, alzó su voz como permanente censor denunciando las arbitrariedades de los funcionarios públicos, quienes abusaban de su autoridad olvidando el origen de sus facultades. Expuso en la prensa sus querellas judiciales e invitó a la ciudadanía a pronunciarse sobre el manejo de la justicia.
Tomás Lander luchó incansablemente por la adopción de medidas liberales que permitieran la prosperidad de la República. Sus llamados permanecen en el tiempo sin alterarse por los sobresaltos políticos que conmovían al país. Su credo no fue acomodaticio ni oportunista, desde 1833 elevó las mismas exhortaciones para la salud pública: la construcción de caminos, una política de asentamiento que estimulara la migración de la población a zonas fértiles y productivas, la disminución de los días festivos, la eliminación del diezmo, el recorte de gravámenes como los censos eclesiásticos, la creación de infraestructura no dirigida al ornamento sino a la construcción de puentes, mejora de los puertos y canalización de los ríos.
Todas estás medidas estaban acompañadas de un credo liberal necesario para dar vida a la responsable participación ciudadana: plena libertad de prensa, libertad de cultos, secularización de la enseñanza, matrimonio civil, juicios por jurados, eliminación de penas crueles, respeto a la alternabilidad en los cargos públicos y la eliminación de privilegios corporativos eran principios que formaban un todo coherente.
Convencido liberal en el plano político, recelaba de la aplicación del “liberalismo económico inglés”. Rechazaba la política que negaba la participación del Estado en auxilio de las actividades productivas. Reclamaba la aplicación de medidas económicas acordes con la realidad de un territorio, que apenas salido de la devastación de la guerra, necesitaba estimular a los sectores generadores de riqueza.
Defensor de la supremacía civil en el manejo de lo público, rechazó el tutelaje militar que justificaba la permanencia de los héroes de la Independencia en los altos puestos de gobierno, como los únicos capacitados para el ejercicio político. Desde la tribuna impugnó, con valentía y solidez, la consigna de los “hombres necesarios” y defendió el derecho del mundo civil, virtuoso por su trabajo honesto y sus múltiples talentos, a ejercer el gobierno.
Su acción periodística preparó el camino para la fundación del semanario El Venezolano, vocero del Partido Liberal fundado en 1840. Fue sin duda el arquitecto de esta idea, unió esfuerzos con un hombre de experiencia política, verbo encendido e indiscutible ambición de poder: Antonio Leocadio Guzmán. Ambos lideraron la génesis del partido Liberal y de su periódico, voz de oposición al partido de gobierno.
A partir de 1843, Lander continuó colaborando con El Venezolano, pero organizó otros periódicos como El Relámpago, que apareció con diferentes nombres como El Inédito Relámpago y El Esclarecido Relámpago (en alusión al esclarecido ciudadano José A. Páez). Un año más tarde, fundó en compañía de otros hacendados El Agricultor, vocero de los intereses de los productores agrícolas.
Los escritos de Tomás Lander no constituyen una prédica demagógica. Sus artículos no buscaban complacer sino convencer. Rechazaba toda sumisión y clientelismo. Insistía en que los derechos y deberes de todo ciudadano estaban consagrados en la Constitución y no dependían del arbitrario parecer de los funcionarios públicos. Consideraba que el cómodo silencio de los indiferentes y de los temerosos, facilitaba el incumplimiento de la ley y preparaba el camino para la tiranía.
Al morir en 1845 fue embalsamado y permaneció 38 años en el hogar familiar. En 1884 sus restos fueron llevados al Panteón Nacional en una urna especial para trasladar el cuerpo momificado a su nueva morada. Ya su figura severa, congelada en el tiempo, sentado frente a su escritorio, de rígido negro y actitud pensativa, no permanece en el solar doméstico. Pero su presencia trasciende, su poder reside en la pertinencia de su palabra como invocación a darle vida al ideal republicano con el pleno uso de los talentos, el trabajo honesto y la decidida defensa de las libertades civiles.
Migdalia Lezama
Profesora de la escuela de Educación