Posted on 01 Abril, 2011 | No Comments
Fue en esa mañana del 29 de noviembre, día en el que a pesar de ser lunes las aulas estaban vacías; día en que se conmemoraba el nacimiento de un maestro: don Andrés Bello. Fue esa fecha la escogida para que Luis Lange partiera. Él debe haber sido el primer sorprendido. La partida lo atrapó seguramente en medio de sus análisis y confrontaciones con la realidad. Fue una mañana en la cual una caminata para pasear, no sólo a su mascota, sino también a sus ideas, se convirtió en un paseo demasiado largo para los que aún estamos. Pero así fue, sorpresivo, rápido y definitivo.
Lange fue un hombre cuya pasión era el compartir, pues, de ninguna otra manera, alguien puede pasar cuarenta años de su vida colaborando con la creación de conocimiento en las aulas, conviviendo día a día con el transcurrir de las ideas de varias generaciones de estudiantes, sin ignorar jamás el decisivo y contundente entorno que las condiciona y las determina. Supo construir una aleación clave entre la Contaduría y la Economía, de las cuales se hizo un analista muy particular. Su carácter crítico, mordaz y directo acompañó siempre la facilidad para emitir juicios fundamentados en fascinantes cálculos que fluían con una gran habilidad en medio de cualquier conversación en un pasillo, en el cafetín y, por supuesto, en su escenario preferido, el aula de clases.
El profesor venía tres veces a la semana al núcleo Ucab Los Teques. Le gustaba, no podía ser de otra manera para soportar el trayecto cuya distancia cada vez parece ser mayor. Sin embargo, al llegar lo veíamos disfrutar de la atmósfera tan especial de este núcleo, pequeño en tamaño, pero inmenso en la posibilidad de establecer relaciones interpersonales, que van mucho más allá del cumplimiento de un horario. Siempre había tiempo para el diálogo con un colega, para un café, para bromear con los alumnos en algún pasillo. Había tiempo para jugar ping-pong, para convivir, para cuestionar, para compartir y para enseñar.
Su voz, poderosa y fuerte, nos avisaba que estaba en acción. Podíamos ubicar sonoramente en qué piso se encontraba. Se colaba entre el silencio del bosque que rodea a las aulas. Esa fortaleza acompañaba su particular y directa forma de dirigirse a sus alumnos. Esa franqueza siempre hará falta, más en estos momentos en que no hay tiempo para esperar un prolongado proceso de maduración. Sus alertas estremecían a muchos, los confrontaba con una realidad que estaba allí, los despertaba a un mundo que les exige cada vez más compromiso. Sus alumnos recuerdan seguramente alguna anécdota, un regaño, una broma, una sacudida verbal, en fin, una enseñanza. Se han escuchado muchos testimonios. La noticia aún estremece el sentir del núcleo.
Hoy nos hace falta su compañía en esta difícil misión de enseñar. Esa particular forma de interactuar con sus alumnos, su sarcasmo, su sagacidad, su sentido del humor, sus enseñanzas, siempre los acompañarán cuando mañana sean profesionales íntegros, valientes y comprometidos con el saber y con su país.
Profesora Mariana Lizardo