Posted on 25 Marzo, 2011 | No Comments
La democracia se fundamenta en instituciones sólidas. En Venezuela éstas son como un cascarón de huevos rotos. Desde los años 80 fueron en declive, pero en estos últimos doce años, su deterioro carcome a una sociedad que se siente como piragua en saltos de río.
90 estudiantes se declararon en huelga de hambre por 23 días (hasta el 23 de febrero) para exigir la liberación de los presos políticos y el respeto a otros derechos ciudadanos. Que jóvenes del país practiquen la huelga de hambre como protesta pacífica para hacer exigir las leyes es sinónimo de que algo no funciona, pues un gobierno no puede ser juez y parte de los casos de justicia al excarcelar por presión a los diputados electos Biagio Pillieri, José Sánchez, Hernán Alemán y Freddy Curupe. Para ello debería funcionar el Poder Judicial. Nos imaginamos que la turbulencia en el mundo árabe invitó al diálogo con los huelguitas.
La sociedad venezolana agradece el coraje y la valentía de los 90 estudiantes que se plantaron ante el gobierno para pedir acabar con la injusticia de los presos políticos. Tres ucabistas se encontraban en huelga: Dalmiro González (consejero estudiantil y alumno de Administración y Contaduría), Alejandro Suárez (cursante de Derecho) y Gabriel Bastidas (de Comunicación Social). Pero, nos preocupa que la lucha juvenil deba acudir a formas extremas de reclamo para ser oídos.
Preferiríamos ver a Gabriel, Alejandro, Dalmiro y a los otros estudiantes dedicar su tiempo a formarse, trabajar por su país, recrearse libremente sin miedo a que ningún tipo de violencia trunque sus vidas.
En la mañana del mismo 23 de febrero en la autopista de Prados del Este, trancada como es habitual, iba un conductor de una cisterna de gasolina haciendo zigzag de un canal a otro para adelantar unos pocos metros. Viendo al chofer actuar impunemente con esa actitud de agresor e irresponsable (con darle un golpe a cualquier automóvil que pasaba podía originar un incendio mortal), sentí impotencia y desasosiego porque no tenía a quién acudir, y la mirada de los otros conductores me aseguró que ellos tenían los mismos sentimientos. La irracionalidad campeaba esa mañana en una autopista pero se multiplican los casos en cada urbanización, caserío, pueblo, ciudad y estado del país.
Una sociedad sin reglas hace mucho daño. Los sociólogos lo llaman anomia.