Posted on 28 Febrero, 2011 | No Comments
Indira Rojas
Salió corriendo de clases como una bala, como un niño que sale de vacaciones. Sonriente y apurada niega esa mañana la entrevista porque debe visitar a su madre en el Hospital Oncológico Padre Machado. Apenas unos domingos atrás, Geraldine Afiuni, estudiante de Derecho de la Ucab, debía visitar a su madre, la jueza María Lourdes Afiuni, en el Instituto Nacional de Orientación Femenina, INOF, una rutina que se extendió por catorce meses. Durante las últimas visitas, Geraldine evidenció que el estado de salud de la jurista no era nada bueno.
El jueves 3 de febrero, la jueza fue sometida a una operación de útero, luego de la cual podría regresar a casa para cumplir arresto domiciliario durante todo el proceso penal, por orden del Tribunal 26 de Control.
Para muchos su retorno al hogar es un avance significativo en la lucha por sus derechos. “Esto es un paso hacia su libertad plena”, opina Geraldine un día después del retorno de su madre.
Pancartas, algarabía, prensa y vecinos felices se reunieron en torno a su residencia para dar la bienvenida a la jueza. El apoyo que muestran hace sonreír a su hija, su rostro es una mezcla de espontánea esperanza y reafirmación de una realidad: ahora no deberá preguntarse constantemente qué podría pasarle a su mamá y esto representa un alivio. Sin embargo, advierte que la dicha no es completa: “Estoy feliz, pero no completamente, porque casa por cárcel sigue siendo cárcel. Sin embargo, siento mucha tranquilidad”.
Durante el tiempo en que María Lourdes Afiuni se encontraba en prisión, Geraldine lamentaba no poder estar con ella. Su agenda se había acomodado en torno a la situación de la jurista, y la llevaba con una normalidad relativa. De lunes a viernes ocupaba su tiempo en la universidad y en su hogar, donde debía cuidar de sus dos abuelos. Por su parte, los fines de semana eran como una moneda de dos caras, repartidos entre diversión y deber: “Los domingos eran para mi mamá, mis amigos sabían eso y lo respetaban, de allí que no me invitaban a sus planes ese día”.
“Ahora quiero recuperar los catorce meses que perdí sin ella”, habla y sonríe la chica que con 18 años de edad ya se le nota la madurez que le exige su situación y una serenidad envidiable. “Si me lo tomo muy a pecho voy a tener un desgaste emocional muy grande. Así fueron los primeros meses, pero el tiempo me ha fortalecido, mi mamá me enseñó a ser fuerte. Es mejor tomárselo con calma”.
Hechos, cambios, diciembres raros, domingos de visita. Todo ha alterado su perspectiva personal. Según cuenta era una chica materialista, “le daba importancia a cosas sin sentido”, menciona con el entrecejo fruncido. Voltea la cara, mira a lo lejos, todo rápido, como recordando fugazmente quien sabe qué de su vida antes de cumplir sus 18 años.
También se encontró con otra visión del país. Habla de ésta con un desgano que intenta virar hacia la esperanza, pero que se estrella con su experiencia.
“Tengo fe, pero hay que ser realista. El país gira de acuerdo a las cosas que el Presidente quiere. Imagina, ¿quién va a tener ahora la valentía y el coraje de volverse a parar y contradecir lo que él dice?”, expresa.