Posted on 28 Febrero, 2011 | No Comments
En objeto de culto entre educadores y gente de a pie en Venezuela se ha convertido Simón Rodríguez. A él se le atribuyen, cual fetiche, poderes taumatúrgicos y astucias pedagógicas de todo tipo. Las anécdotas que sobre él se han difundido, excentricidades de hombre de mundo, en rebeldía con un contexto adocenado, lejos de ser ignominiosas para nuestro maestro por antonomasia, han adobado gustosamente aún más su ya sazonada vida, siendo una verdadera delicia para todo aquel que desea biografiar al personaje o al menos hacer comentario de su vida.
Sumariamente, el fuste de Rodríguez se manifiesta en su propuesta de reforma de la Escuela Pública de Primeras Letras, en la Caracas colonial, antes de ser Robinson viajero; y ya de vuelta a tierras hispanoamericanas, entre sus múltiples proyectos educativos fallidos, en una serie de obras de continente y sustancia político-pedagógicas: El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas, Defendidos por un amigo de la causa social; Luces y virtudes sociales y Sociedades americanas, que son sus escritos más conocidos. A todo ello debemos agregar el magisterio que ejerció sobre Simón Bolívar y la influencia que como mentor político tuvo, en Europa, sobre el futuro Libertador.
La importancia de Rodríguez, sin embargo, no debe servir para petrificarlo y convertirlo en una suerte de deidad pedagógica. Si bien es cierto que a través de la obra de Rodríguez se aprecia una reflexión axiológica profunda y de avanzada sobre lo educativo, deudor del pensamiento ilustrado y de la revolución francesa, como espacio para forjar al ciudadano, condición sine qua non del sistema político republicano (por ello su defensa y promoción del Estado docente), su pensamiento pedagógico desde el plano de la didáctica y el método de enseñanza puede considerarse como perteneciente a la concepción tradicional en educación.
Ciertamente, en su obra, rara y muy lúcida mezcla de política, sociología y pedagogía, hay frases sueltas aquí, allá y acullá sobre el método didáctico, en las cuales se distancia de la anquilosada educación tradicional. Pero no nos engañemos, estas islas no hacen continente; son oasis que refrescan su adhesión desértica al método de enseñanza tradicional. Rodríguez no propugna un método sensualista que buscase, como lo hiciera Pestalozzi (1746-1827), uno de los fundadores de la escuela nueva, el aprendizaje del niño a través de los sentidos, mediante la experiencia, en contacto directo con el mundo. Rodríguez no es el Pestalozzi de la América hispana, creador de una concepción pedagógico-didáctica que liberase al niño del yugo opresivo del preceptor y su tiránica palabra: “La enseñanza ha de ser verbal y las lecciones conferenciales: cualquier otro modo no es enseñar, sino confirmar o propagar errores”, nos dice el maestro caraqueño en Luces y virtudes sociales.
Su principal preocupación es el hombre social, el gregario, el ciudadano, la persona (para la instrucción social prevé tres especies de conocimiento: la instrucción corporal, científica y técnica. Aquí la instrucción técnica se asociaba a oficios útiles y de provecho social, como bien preconizaba la Corona española, desde finales del siglo XVIII, a través de una minoría ilustrada: Conde de Florida-blanca, Jovellanos, Juan Picornell, entre otros, para fomentar el progreso económico-social); y no el individuo como entidad psíquica singular y particularísima. A él le importa más el ser social que el individual, razón por la cual vale más el ejemplo encarnado en el docente y su verbo docto que el contacto directo que el niño pueda tener con la realidad para construir él mismo, sin intermediario, su aprendizaje. Aprendizaje que no tiene que remitirse necesariamente a la comunidad, a su ser sociopolítico, ciudadano, como en Rodríguez, porque como bien apunta Ortega y Gasset, restringir la educación a la formación ciudadana, política, sería concebir limitadamente al hombre desde la res publica, en vez de expandirse genero-samente a todo él, a su humanidad entera. Humanidad que abarca lo sociopolítico, el espíritu, lo físico, el intelecto y los sentimientos. Que la escuela sea, por poliédrica, un taller de humanidad, como gustaba decir Comenio, padre de la ciencia pedagógica.
Rubén Darío Rodríguez de Mayo
Especialista en Currículo: Ucab-UCV