Posted on 28 Febrero, 2011 | No Comments
La obra pictórica de Jasón Galarraga es un enigma que no nos deja impávidos ante su presencia, un silencio y un espesor que parecen siempre decirnos algo, que parece no ser siempre lo mismo.
JGP
“Todo el mundo tiene una silla” me dijo en una conversación Galarraga, un hombre apacible y grandón, de trato afable y sencilla inteligencia. Como tantos otros artistas plásticos venezolanos, Jasón Galarraga (Caracas, 1950) se inició en el mundo del diseño gráfico y la fotografía, para hallar su lenguaje expresivo en la pintura durante la década de los noventa, una década en la cual nuestra nación era más figura que fondo, simple forma, lo cual –veremos más adelante– también será mencionado en la obra de Galarraga.
Es por esto de surgir en la década de los noventa que quizás la obra de Galarraga posee la influencia informática –números y, por qué no, también las tipografías– aparecen con ese carácter tan frío y serial del modelo industrial en sus obras, en una leve alegoría al mundo industrial, sus códigos, sus objetos; donde se hace difícil separar y quizás hasta diferenciar el modelo de la serie a través del lenguaje pictórico, lenguaje que como diría Cristina Raffalli “les brinda acceso a una identidad inédita: la de la ironía”.
Modelos u objetos comunes que –como dirá Baudrillard, en su Sistema de los objetos– “ya no se atrincheran en una existencia de casta sino que se abren, al insertarse en la producción industrial, en la difusión serial” y que por ello son objetos que suelen pasar inadvertidos en nuestra existencia diaria: sillas, vasijas, utensilios, “aparecen en esta pintura dotados de una jerarquía misteriosa. Han partido del anonimato para repentinamente alzarse como testigos de nuestro devenir, elocuentes, reivindicados” (Raffalli, en www.jasongalarraga.com).
Estos objetos son casi siempre siluetas, sombras, formas “vacías” en su rigidez cromática. Quizás las líneas del perfil de una nación a través de sus objetos, o simple evocación, habrá quien vea lo que quiera o pueda ver, lo que quiera o pueda oír, esa es la magia del arte.
Junto a todos estos objetos también hay una casi elemental evocación del lenguaje a través de lo tipográfico, por medio del uso del “Stencil”, estos moldes de escritura que se utilizaban en el mundo escolar en décadas anteriores, con lo que alude quizás a la incomunicación, o lo que es lo mismo a la comunicación serial. Signos que por repetitivos pierden su significación. Como un mal poema, como una mala canción, como la mala literatura o discurso.
Estos objetos pierden también su carácter objetual al aparecer como flotando, como suspendidos dentro del espacio pictórico, en una gramática de lo imposible o surreal. Entonces no podemos hablar de abstracción pero sí de un modo de mezclar elementos un tanto abstracto, casi aleatorio, si no fuese tan legible su simbología, digamos personal.
Así, tenemos ante nosotros objetos desestruc-turados que tienen una lógica y un hilo que los va a incluir como un único lenguaje: el color. Y aquí es donde se conforma finalmente el lenguaje o los lenguajes de Galarraga, aquello que lo hace único. Esa manera de equilibrar objetos aparentemente inconexos por medio de su espacio-soporte, el color. A veces neutro, otras, muy llamativo.
Entonces, el color es el imbricador de estos símbolos y es en sí mismo simbólico. Símbolos, como el diagrama de corte de una vaca, un exprimidor, cuadrados, floreros y jarrones, y muchas veces una silla, sólo una simple silla.