Posted on 25 Febrero, 2011 | No Comments
Hasta hoy ninguna de las tres sabe cuánto tiempo toma el derrumbe de un imperio, cuántas conciencias compra una ideología antes de sacar las garras, cuánto hay que esperar para que las paredes se vengan abajo —solas—, cuáles son los nombres de cada una de las personas que han muerto de fe, cómo los peces no mueren de claustrofobia o si el mar algún día se cansará de volver.
Para la historia, 50 años es poco tiempo. Para nosotras, más del doble de nuestras vidas. En cualquier caso, es lo que ha tardado en tambalearse la, otrora inexpugnable, muralla del miedo. Mientras, detrás, las entrañas de una mujer, bonita y triste, reclaman un consuelo después de tanta decepción: Habana, Habanita mía, todo va a salir bien.
Ese marzo caribeño estaba enfermo de invierno. Pasar los controles aeroportuarios con tres maletas repletas de atún, cepillos de dientes y miedo fue como sacarle la lengua a todo el que dijo que no se podía, que era muy caro, que era un peligro. Alegría provisional con el único fin de mantenerse en pie. Después de todo, juntando seis manos hace menos frío.
La Cuba de Colón, muriendo el mil cuatrocientos, era un paraíso gestante de una economía de “espejitos” a cambio de objetos de valor. La Cuba que pisaban nuestros pies de otro milenio tiene, cuando mucho, sutiles diferencias. “¿Me regalas un bolígrafo?”, “¿me regalas un jabón?” nos llegaron a decir y, lo que antes era un supuesto amarillismo, se convirtió en un bofetón de facturas viejas. Mucho más viejas de lo que mil como nosotras podrían saldar.
Lo que en un principio era un trabajo de grado con el fin de dar a conocer la labor de la disidencia cubana más allá de las mundialmente conocidas líneas de Yoani Sánchez, pasó a ser un cúmulo de nombres, ideales, causas, consecuencias y esperanzas, haciendo círculos concéntricos sobre el pedazo de tierra que más hemos visto amar en la vida: Cuba.
El primer disidente al que le estrechamos la mano, nuestro guía, fue quien le dio pulso y nombre a esto que hemos parido. “Un saludo desde mi isla-prisión” así firma esos mensajes, infrecuentes, costosos, medio panfletarios pero indescifrables, medio descarados pero medio en clave, que sirvieron de rotonda a todo el documental.
A nuestros oídos llegaban entonces relatos sobre el desabastecimiento, el sistema represivo, la vigilancia, la falta de medios de comunicación, las huidas en balsa, los golpes, la pobreza, las huelgas, la cárcel, la muerte y las heridas incurables que el Comunismo y la Revolución le hicieron a Cuba. Como afirmó Aldo Rodríguez: “Lo que cualquier cubano te hubiese dicho, si le hubieses preguntado”.
Diecisiete rostros y cientos de preguntas más tarde, arribaban a Venezuela 25 mini-Dv guardados entre un montón de ropa sucia y 350GB de información digitalizada en un disco duro que, por doce horas, tuvo un paquete de “toallitas húmedas” como protección. La satisfacción empelotada en el estómago y la sensación, quimérica quizás, de que éramos todos un poquito más libres.
¿Nosotras? Algo más maduras, algo más heridas, un rato perseguidas por hombres de poco disimulo, otro por nuestra propia sugestión, interrogadas con particular esmero, escuchando cómo se llevaron preso a quien vimos a los ojos la semana anterior, unos días queriendo correr, otros queriendo quedarnos y, sobre todo, profundamente responsables de esos 73 minutos de video que no son ni más ni menos que el reflejo de los que nuestros propios ojos pudieron ver.
Mi isla prisión es el resultado de esos impulsos en los que, por culpa de la edad, uno cree que puede salvar al mundo sólo con empeñarse. Es el resultado de creerse capaz de dominar la imagen y las palabras para contar lo que nadie contaba. Son las ganas de Anyimar Cova, de Nabila Fernández, de Victoria Sequera. Es la magia de Jesús David León. Es el alma de Baldomero Verdú hecha canciones. Es la confianza y las horas de preocupación de Elisa Martínez. Es el cuento de diecisiete personas que se atrevieron a ser distintas en una patria lastimada de la que todo el mundo huyó antes de que fuera demasiado tarde.
Aldo Rodríguez, Ciro Díaz, Claudio Fuentes, Gorky Águila, José Alberto Álvarez Bravo, Juan Carlos González Leiva, Juan Carlos Griña, Julio Aleaga, Julio Beltrán Iglesias, Magaly Norvis Otero Suárez, Néstor Rodríguez Lobaina, Omayda Padrón, Reinaldo Escobar, Roberto de Jesús Guerra, Roberto de Miranda Hernández, Silvio Benítez y Yoani Sánchez son los verdaderos hacedores de esta lección de perseverancia y libertad.
El movimiento disidente cubano no es un grupo homogéneo de personas que trabajan para “destruir la revolución”. No. Es, de hecho, una mezcla informe de los intereses de artistas, intelectuales, políticos y obreros que se galvanizan bajo el impacto de una emoción común: la esperanza.
“Los que nos oponemos al sistema somos gusanos y nosotros consideramos que los que aceptan al sistema son carneros. Queremos dejar de ser gusanos y carneros y ser, simplemente, seres humanos” nos dijo un día José Alberto. Vaya para Venezuela la misma reflexión.
Victoria Sequera, Anyimar Cova
y Nabila Fernández
Licenciadas
en Comunicación Social, Ucab.