Posted on 25 Febrero, 2011 | No Comments
Simón González
No pasa el día ataviada con un traje especial ni son sus poderes aquellos sobrenaturales que tanto cautivan a los niños, pero para los que hasta hace unas semanas vivían en La Pedrera, Antímano, Rosalva Pereira es una heroína. Esta estudiante de tercer año de Educación Integral logró convertir su hogar en una escuela y llevar esperanza a su comunidad.
En los primeros días de diciembre, ella y sus vecinos fueron desalojados de la localidad porque corrían el peligro de ser afectados por las lluvias. Desde entonces vive junto con su esposo, sus dos hijos y sus dos hijastros en el hotel Savoy.
Es imposible que no se conmueva al pensar que allá arriba, en la montaña fracturada, se quedaron vacíos los tres salones llenos de vida, voces y conocimientos. Pero tras las lágrimas reaparece su semblante esperanzador: “Mi intención es seguir educando”.
El inicio de su labor social se produjo en 2003 luego de un hecho desafortunado al que supo darle vuelta. Ese año quedó desempleada y la familia debió mudarse a La Pedrera, en donde el alquiler era más económico.
“Noté que los niños de la vecindad pasaban la mayor parte del tiempo en la calle. Así se me ocurrió la idea de utilizar el garaje de mi casa para formar a los niños”, expresó Pereira, quien para ese momento no había comenzado a estudiar en la Universidad.
Junto a tres maestras del Ministerio de Educación comenzaron a realizar actividades recreativas con los más pequeños. Pero descubrieron que había un grupo etario más amplio y desatendido: “Hicimos un censo que arrojó 175 niños y adolescentes, entre 7 y 17 años de edad, que no estaban estudiando. Eso me alarmó mucho. Las maestras nos dijeron que este caso escapaba de sus manos. Pero comenzamos a trabajar con la Escuela de Gerencia Comunitaria y con el programa Proniño, de la fundación Telefónica, junto al Parque Social Padre Manuel Aguirre”.
Pequeños grandes logros
En 2004, comenzaron a solicitar al Minis-terio de Educación que los asistiera con maestros, pero no hubo una respuesta firme durante ese año. Sin embargo, Pereira y otra amiga de la vecindad costeaban los materiales educativos junto a Proniño. Al mismo tiempo la ONG holandesa Bernard van Leer se interesó en la iniciativa y construyó tres salones en la parte de arriba de la casa. De esa forma se consolidó la escuelita.
“En ese momento me gustaba encargarme de las actividades manuales y la educación física de los muchachos entre 7 y 17 años de edad. Pero nunca descuidamos las tareas de escritura y operaciones matemáticas básicas, con las guías que nos daba Proniño”, manifestó.
En ese primer año de funcionamiento, la familia compró la casa y se ganó a la comunidad: “Los niños que antes estaban en la calle tirando piedras, dejaron de hacerlo y ahora dan los buenos días”, le decían los vecinos como prueba de la transformación que estaba logrando.
Unas de las experiencias que más recuerda Pereira es la de los niños Farías, que conoció mientras caminaban descalzos y con las ropas raídas por el Primer Plan de La Pedrera. Ella les preguntó por su mamá y los muchachos la condujeron a un sector cercano.
“Era una zona muy humilde, las casas eran de cartón y plástico. Al llegar nos encontramos con dos de los padres, que me interrogaron de forma agresiva. Cuando les dije que era la maestra dejaron de ser hostiles y uno me dijo: ‘Si usted es la maestra, nos cae del cielo. Le estaba diciendo a mi compadre cómo hacemos para que los niños no sean como nosotros, porque el viernes salimos de la cárcel’. Yo los invité a llevar a los chicos al día siguiente, lo hacían sus esposas, porque si ellos salían del callejón, los mataban por las riñas que tenían. Al día siguiente apareció un señora con doce chicos de esa zona, que nunca faltaron a clases. Me sorprendió que aquellos dos hombres mala conducta entendían mejor el valor de la educación, que otros que habían estudiado pero no mandaban a sus hijos a la escuela”, recordó.
Vocación a toda prueba
En 2005, Pereira recibió una llamada que la llenó de satisfacción: le informaron del Ministerio de Educación que su escuela sería parte del plantel Andrés Bello de Antímano. Finalmente llegaron los maestros para impartir clases de primero a sexto grado, mientras que ella se encargaba de los más pequeños.
Por entonces, la profesora Guadalupe Vallebona, actualmente a cargo de la Unidad de Servicios Pedagógicos, le había planteado estudiar Educación. “La profesora me decía: ‘Vamos a conseguirte una beca, porque a ti se te nota que eres toda una maestra”.
En 2008, comenzó sus estudios en la Ucab gracias a la Fundación Andrés Bello. Pereira manifestó que se considera afortunada por esta oportunidad: “La universidad es parte de mi familia”
La prueba más dura para su vocación y vida familiar se produjo el año pasado, cuando las lluvias de septiembre golpearon a Antímano. Las actividades se trasladaron a la sede principal de la Andrés Bello y en diciembre le tocó salir a toda la vecindad.
Ha decidido suspender los estudios este año. Lo más importante en los próximos meses es conseguir dónde mudarse. Pero dejó claro que seguirá adelante: “He intentado sacar un trabajo de Álgebra, pero es difícil. La vida en el refugio amerita que colaboremos en varias tareas para el beneficio de todos. No obstante, yo seguiré estudiando, mi meta siempre fue ser una profesional”.