Posted on 15 Diciembre, 2010 | No Comments
María Gabriela Fernández
Indira Rojas
¿Se encuentra realizando una investigación o, mejor aún, un trabajo especial de grado? No se angustie, respire profundo, sonría frente al espejo, camine con la frente en alto y prepárese para participar en el nuevo y divertido viaje contra el tiempo para buscar y encontrar libros en las bibliotecas de Caracas. El itinerario comienza en la UCV, sigue por la Biblioteca Nacional y termina en la Ucab. Abróchese el cinturón o amárrese los zapatos porque el trajín apenas comienza.
Usted inicia la jornada con un solo objetivo en mente, conseguir los libros de Derecho que el profesor le recomendó la semana pasada. La energía del sol que entra por la ventana, junto con el calor insomne de la mañana, le anuncian que será un día largo.
En la casa que vence las sombras
La primera parada de su épica marcha tiene más de 50 años de vida: la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela. Luego de cruzar las barras de seguridad que custodian su entrada, un rojo carmesí y un azul eléctrico darán la bienvenida al silencioso recinto.
Sentirá cómo las luces del vitral dejan de impactarle mientras se dirige a la sala principal de búsqueda, donde las computadoras del pasillo se encontrarán esperando al siguiente usuario. Se plantará detrás de una joven que consulta sobre un libro de Goethe, o de Cervantes, o tal vez de Beckett, según lee, curioso, en la pantalla del computador. Es probable que la chica, de pronto, gire con fuerza y desaparezca por la puerta. Seguirán su ejemplo los que se encuentran en el pasillo. El equipo que quedó frente a usted lo mirará con un oscuro semblante. Una pantalla en negro da señales de una falla en el sistema.
Un suspiro dejará al descubierto su descon-tento. Sin embargo, no es suficiente razón para abandonar la búsqueda. Con el ceño levemente fruncido seguirá su camino hacia la sala de publicaciones oficiales y tesis.
Del otro lado de la ventanilla donde se retiran los libros está un joven de lentes que revisa algunas publicaciones. Usted mirará fijamente con la intención de llamar su atención; sin embargo, obviando todo efecto, el joven seguirá pasando revista a los textos que tiene sobre la mesa. Éste es el típico síntoma de la pasividad bibliotecaria, por lo que la palabra directa y la interrupción seca son la mejor manera de dar pie a la comunicación: “Buenas, sí, una pregunta: ¿sabe cómo puedo ubicar los libros? Creo que el sistema no sirve”.
El joven lo mirará, se presentará como Francesco Sarpi y responderá con brevedad: “Bueno, es que eso suele suceder. El sistema a veces se cae”. Acto seguido, completa con una aclaratoria: “Aunque a veces los usuarios no saben buscar las publicaciones en la base de datos”, fenómeno que ocurre porque el formato de búsqueda se ha modificado varias veces y los estudiantes no logran adaptarse.
Otros alumnos se aproximan a la ventanilla para solicitar tesis y algunos “libros raros”. El bibliotecario entra en el bosque tropical de los estantes y unos minutos más tarde regresa. A veces lo acompaña la publicación que le han pedido, a veces trae consigo sólo las disculpas. Los estudiantes manifestarán su disgusto con una mirada de tajante decepción, disfrazada en un educado “gracias”, dejando una estela de evidente ironía. Francesco mira, se excusa y explica que a veces la cota no corresponde con el material solicitado, que no aparecen todos los temas de consulta en el sistema, o que tal vez los pasantes del fin de semana no colocaron los textos en el lugar que les corresponde y es imposible encontrarlos. Esto también provoca que algunas publicaciones no se encuentren en la base de datos.
Usted sentirá que el calor de la sala se intensifica. Los libros sufren la misma agonía y la temperatura se convierte en su enemigo, principalmente para aquellos antiquísimos que a su edad ya no resisten los golpes del tiempo y probablemente dejarán de ser libros circulantes. El aire de la sala no funciona debidamente. Francesco notará su desesperación y le calmará al explicar que los textos más viejos o en mal estado están en un proceso de digitalización y algunos se han vuelto a encuadernar, con la intención de regalarle más años de vida al conocimiento escrito.
Abandonará la biblioteca con premura y suspirará por su primer intento fallido. Pero debe continuar la búsqueda. Próxima estación: Capitolio.
La sede de la erudición
Es probable que aproximarse a la Biblioteca Nacional le produzca sentimientos encontrados: si anda a pie o en camionetica, tendrá oportunidad de reflexionar sobre la crisis del medio ambiente y su repercusión en la temperatura del globo terráqueo, pero vea el lado bueno, mientras unos pagan por asistir al sauna usted pierde sus kilitos gratis. Ir en carro le ofrece, en cambio, la opor-tunidad de vivir una experiencia de adrenalina y la posibilidad de socializar y hacer nuevos amigos, ya que si no encuentra puesto en el estacionamiento deberá dejar su vehículo sobre la acera al cuidado de un “pana” al que luego deberá darle “para el café”.
Cuando por fin decida entrar a la Biblioteca, subirá las escaleras principales y admirará la infraestructura que está ante sus ojos. Va a gustarle, pero seguro lamentará ver a algunos indigentes reposando en sus paredes. Esto no debe frenarle. Una vez pasada la puerta de vidrio de la entrada encontrará un ambiente distinto: aire acondicionado, limpieza y un módulo de atención al cliente.
Hasta el momento todo irá bien. El personal le indicará el camino hacia el salón de búsqueda de cotas, y allí verá unas computadoras de consulta para las que hacen cola dos o tres estudiantes de bachillerato. Llegará su turno, sentirá esperanza al escribir el primer título de los ejemplares de Derecho que busca y luego pánico al observar que, cual mal presagio, ese ejemplar “no está disponible en el sistema”. Una gota de sudor va a recorrer su espalda y sus manos temblarán al escribir, uno tras otro, el resto de los títulos que busca. Va a encontrar algunos, pero se quejará mientras los retira. Un empleado se acercará a usted para explicarle que la falta de ciertos libros en la Biblioteca Nacional es culpa de las editoriales del país: “Todas están obligadas a colaborar con la Biblioteca. Eso está en la Ley de Depósito Legal, donde dice que deben darnos tres ejemplares de cada publicación o serán multados. El problema es que la sanción de la Ley es baja y prefieren ignorarla antes que darnos los libros”.
Francisco Andrade, jefe de ventas nacionales de la Distribuidora Venezolana de Libros, lugar que distribuye los ejemplares de cinco editoriales nacionales y quince interna-cionales aproximadamente, admite que es posible que la falta de libros en la Biblioteca Nacional esté ocurriendo, pero indica como causa “el retardo en la revisión de los ejemplares y la cola para impresión que se forma en la Imprenta Nacional, en Guarenas, porque ahí se sacan todos los libros de estas editoriales y ya más que una imprenta parece una rotativa”.
Además, afirma que, en efecto, todas las editoriales deben entregar ejemplares a la Biblioteca y que al estar adscrita al Ministerio de la Cultura se debería asegurar la recepción de los libros. Andrade asegura que en materia de distribución “se cumple con lo que se puede” y que, incluso, cuando quedan libros no vendidos en el depósito son donados a la Biblioteca.
A todas estas, usted ya estará pensando en otro lugar en el que pueda continuar su faena de búsqueda. Ya lo tiene. Lo próximo es volver a la calle, ahora en dirección a Antímano.
La opción ucabista
Toma treinta minutos en Metro o una hora en carro propio llegar a la Universidad Católica Andrés Bello. Los vigilantes de la entrada lo saludarán con aire distraído y una estudiante a la que consulta le dirá que la Biblioteca queda “ahí en la mitad del jardín, dándole por el camino techado que está frente a Módulo 3”.
Cuando esté en el edificio se dirigirá a la sala de estudios y búsquedas del piso 1 pero no podrá entrar al primer intento: trató de empujar la puerta cuando en realidad debía halarla. Caminará hacia las computadoras ignorando las risas silenciosas de los estudiantes que vieron su error, y tomará uno de los papelitos blancos que reposan sobre el escritorio de la derecha.
Éste es el momento crucial. Ingresará, de a uno, los nombres de los fatídicos libros de Derecho que le han hecho recorrer la ciudad entera. El primero aparece, usted sonríe y copia la cota; el segundo no está -“¡Qué raro!”-; el tercero y último existe, pero está prestado en este momento.
Retirará el ejemplar hallado mientras siente una mezcla de alegría y tristeza, y se quejará en voz alta sobre la escasez de libros en la Biblioteca Ucab. Pronto sabrá que, según su director, Emilio Píriz Pérez, el motivo de esta falta de ejemplares está en que son libros que no han sido solicitados por nadie: “Los profesores, alumnos y demás investigadores deben decirnos cuáles libros necesitan (…) aquí la estructura está montada, pero no podemos saber lo quiere cada uno si no nos lo comunican”.
Al revisar el último informe anual emitido por la Biblioteca de la Ucab, correspondiente al período académico 2008-2009, puede observar que la entidad cuenta con un aproximado de 337.872 libros y una cifra de 82.404 préstamos a usuarios ucabistas frente a 81.560 devoluciones. Además, expresa que en ese año “fueron atendidas las solicitudes recibidas”, por lo que se adquirieron 2.194 libros. Sin embargo, algunos profesores y estudiantes manifiestan no haber obtenido respuesta a sus solicitudes. Para Píriz Pérez es importante mantener el presupuesto, por lo que alega que los libros son comprados según su tema, utilidad y relación con las cátedras dictadas en la Universidad.
La intensidad de la luz que cubre el campus ucabista le anunciará que el día está llegando a su fin. Abrirá su bolso, guardará el bendito libro y pensará en las alternativas que le quedan: tal vez aún tenga tiempo de ir a alguna tienda a comprar el ejemplar. Se hará preguntas comunes: ¿Dónde podré conseguirlo? ¿Cuánto me costará?… Tal vez se sofoque pensando en la inflación y la inseguridad, pero, como esa es otra historia, le invitamos a tratar de sonreír; al fin y al cabo ejercitó sus piernas durante casi doce horas y llegará a su casa sintiendo la inigualable excitación del riesgo.