Posted on 16 Julio, 2010 | No Comments
Después de que Andrés Galarraga, el gran ídolo deportivo de Venezuela, recibiera un rudo y contundente “no” en sus aspiraciones al Salón de la Fama de los Estados Unidos, muchas y muy diversas fueron las reacciones periodísticas en nuestro país.
Por un lado, los eternos defensores de “El Gato” alegaron que no se valoró nunca el tesón de un hombre que superó el cáncer consiguiendo, además, volver a pisar, con éxito, los diamantes del mejor béisbol del mundo. Cero esteroides y cero escándalos sexuales. Puro corazón y fe fueron las banderas de un hombre que prometió volver y, como pocos, lo consiguió.
Por su parte aparecieron los puristas. Esos señores de edad avanzada, sabios del juego por demás, y apegados cien por cien a un librito de reglas “no escritas” que ellos mismos vieron escribir, en el cual, para entrar al Salón de la Fama, lo más importante son los récords, las hazañas en el terreno y las cifras de por vida que haya conseguido dejar ese ser, hasta ahora “mortal” que pretende igualar a Babe Ruth, Lou Gehrig y Ty Cobb, entre otros.
Mucha agua ha corrido después de eso y el propio Andrés Galarraga, fiel a su estilo, mandaría un mensaje público a los venezolanos donde agradecía el esfuerzo y se mostraba orgulloso de estar en el “Hall of Fame de los corazones venezolanos”.
Pero más allá de este hecho, memorable por su emotividad, la no elección de Galarraga al Salón de la Fama puede mostrarnos lo que, posiblemente, será un camino bastante más difícil de lo que la mayoría piensa para nuestra próxima esperanza “inmortal”, Omar Vizquel.
Su brillantez con el guante puede verse opacada por unos números ofensivos que, si bien han agarrado cierta fama al romper el récord de más imparables para un campocorto venezolano, en manos anteriormente de Luis Aparicio, no son propios de un “inmortal” cabalmente hablando.
El propio Juan Vené, ganándose gratuitamente algunos insultos, ha asegurado no dar su voto a su amigo, Omar Vizquel, por considerar que, más allá del aprecio que le tiene, no posee números para ingresar al templo del béisbol mundial.
En contraparte a esto, llegan los siempre defensores de lo “criollo” buscando reivindicar a “manos de seda” ubicándolo por encima del propio Luis Aparicio dado su porcentaje de atrapadas, su destreza ocasional con el madero y su siempre pulcra actitud fuera del terreno de juego.
Dejando de lado por un segundo la “venezolanidad” y observando las carreras de estos dos grandes personajes del deporte venezolano podría plantearse la siguiente interrogante: ¿en un béisbol tan contaminado por los esteroides y los escándalos, es conveniente seguir rindiendo pleitesía absoluta a la frialdad de los números?
Cada vez que se menciona el nombre de Barry Bonds, Rafael Palmeiro o Mark McGuire, los fanáticos del béisbol sienten una pequeña repulsión por saber que “cierta ayudita” ha colocado a esos nombres en las listas de récords de todos los tiempos.
Y entonces, ¿dónde queda el béisbol de “caraota y entrenamiento”, como dice Andrés Galarraga? ¿Ése no cuenta? ¿O por lo menos no cuenta tanto? Si bien no se buscará jamás que la mediocridad llegue a ocupar un sitio en el Salón de la Fama sólo para suplir la falta de récords –hombres libres de esteroides–, quizás los comités de elección deberían comenzar a tomar más en cuenta lo que ha sido el beisbolista como un todo y no sólo dentro de las listas de marcas.
Vale acotar que, ciertamente, los comités han tomado medidas contra los “pinchados” vetándolos al mejor estilo “Pete Rose”, pero quizás, además del castigo, debería venir un premio para aquellos que sí actuaron correctamente fuera y dentro del diamante siendo, además, estrellas del béisbol mundial. ¿O es que los 399 jonrones, el “MVP”, el “Bate de Plata” y las convocatorias al “Juego de Estrellas” de los Estados Unidos son una mediocridad imperdonable?
Manuel Miguel Contreras
Estudiante de 7mo semestre de Comunicación Social, mención Artes Audiovisuales