Posted on 23 Febrero, 2010 | No Comments
La primera mitad del siglo XIX venezolano cerraría tal como comenzó, en medio de tumultos e insurrecciones, ascensos y caídas de grupos de poder. Desde la Guerra de Independencia a la Guerra Federal, mucha sangre hubo de derramarse. Los sucesores de Miranda y Bolívar una y otra vez fracasaban en su intento de aquietar una sociedad indigesta de proclamas y doctrinas, las más de las veces poco comprendidas. Mientras buena parte del país se encontraba postrado ante la llamarada bélica, la región andina comenzó a ser vista como una vasta zona de refugio para numerosas familias que huían despavoridas en salvaguarda de sus vidas y propiedades. Para entonces el estado Táchira había alcanzado la categoría de provincia y la siembra del café comenzaba a ocupar el esfuerzo de numerosos clanes familiares que asignaban al respeto, la lealtad y el amor por el trabajo un elevado sitial en su escala de valores.
En ese ambiente tuvo lugar el alumbramiento de Román Cárdenas Silva, el 9 de agosto de 1862, descendiente de una larga prole de agricultores, clérigos y funcionarios de menor jerarquía pero de probada eficiencia. Inició sus estudios superiores en Mérida que luego continúa en Caracas hasta 1883. Ilustres hombres como monseñor Jáuregui, Manuel María Urbaneja, Jesús Muñoz Tébar, Agustín Aveledo, entre otros, fueron sus profesores. De regreso a Táchira, es iniciado en el servicio público cumpliendo funciones relacionadas con levantamiento de obras en beneficio de la entidad. Su labor más relevante lo constituyó la edificación de un mercado y un colegio de primeras letras en Capacho, que aún hoy siguen en pie. En 1910, es llamado a ocupar el Ministerio de Obras Públicas, cartera a la que asigna una especialísima función para el desarrollo del país. Durante su breve desempeño, tócale diseñar un primer plan de vialidad terrestre que contribuyó a cimentar la integración político-territorial de Venezuela. Dado su eficiente desempeño, es trasladado a otro despacho de no menor complejidad: el Ministerio de Hacienda. Allí permanecerá por espacio de nueve años, entre 1913 y 1922, contando con el beneplácito del dictador Juan Vicente Gómez.
Llamado “mago de las finanzas públicas”, supo sortear con acierto y prudencia los graves efectos económicos de la Primera Guerra Mundial, aprovechando la coyuntura para llevar a cabo en 1918 la mayor reforma de la hacienda pública hasta entonces conocida y cuyos pilares fundamentales se conservaron vigentes por más de cincuenta años. De acuerdo a su recto saber y entender las tres grandes reglas de oro para salvaguardar la economía consistían en: reducir gastos, diversificar los ingresos y atesorar los excedentes. De esa forma logró imponer, como ninguno, el orden y la austeridad al manejo del erario nacional. Sus últimos años los pasó en Caracas, gozando del respeto de todos sus conciudadanos, hasta su fallecimiento ocurrido el 30 de agosto de 1950. En su honor la Universidad Católica Andrés Bello estableció en 1984 una Cátedra Fundacional para perpetuar su legado.
José Alberto Olivar
Profesor de la Maestría en Historia
de Venezuela Ucab