Posted on 23 Febrero, 2010 | No Comments
El 16 de noviembre conmemoramos el horrendo asesinato de seis jesuitas y dos colaboradoras en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador. Hace veinte años, en plena guerra civil, el batallón Atlacath acribilló mientras dormían a las autoridades de esa universidad y asesinaron a los únicos testigos, dos auxiliares.
Este hecho fue parte de una guerra civil, iniciada por una política de exclusión y de represión contra las mayorías salvadoreñas carentes de oportunidades y de vida digna. Tras un golpe de Estado, una larga guerra de doce años y una cadena de asesinatos, que incluso llevó a un sicario gubernamental a asesinar al arzobispo Oscar Arnulfo Romero en el altar, el conflicto originó 75.000 muertos y más de un millón de desplazados.
Los sacerdotes asesinados eran compañeros y amigos míos. Les quitaron la vida por ser consecuentes con sus principios cristianos y por su empeño en hacer una universidad al servicio de la libertad, de la justicia y de la construcción de un país desarrollado para todos. La UCA, con su rector Ignacio Ellacuría, realizó investigaciones, denunció abusos, presentó propuestas de país. Pero, con las salidas bloqueadas, el Frente Farabundo Martí y otros grupos tomaron las armas y el país entró en una espiral de violencia sin salida. Las guerras exigen eliminación del otro; el que no se radicaliza y embrutece es un traidor, como los jesuitas que vivían amenazados. Ese múltiple crimen dejó a la UCA sin autoridades.
Para los militares y la ultraderecha radicalizada Ellacuría y los jesuitas eran traidores y agentes de la guerrilla, y matarlos era hacer patria.
Dos meses antes de su asesinato me encontré con Ellacuría en Madrid; me contó que estaba promoviendo el diálogo y la negociación, con peligro de ser acusado por ambos bandos. Se sentía optimista, pues el Presidente lo había llamado y quería que lo ayudara en esa dirección. Me manifestaba que Cristiani -conservador y con un partido agresivo-, era inteligente y empezaba a ver (también algunos jefes guerrilleros) que sin diálogo y negociación no había salida en esa guerra.
El horrendo asesinato (hoy esclarecido aunque con los responsables mayores sin condena) escandalizó al mundo y puso en evidencia la locura de continuar la guerra; por lo que dos años más tarde culminaron las negociaciones, se terminó la guerra y se encauzaron las elecciones democráticas que terminaron con resultados respetados.
El Salvador sigue teniendo problemas tremendos. El país no puede salir adelante si los sectores enfrentados no llegan a un proyecto nacional negociado, para construir esperanza y oportunidades de vida para todos. El presidente Mauricio Funes, que recientemente ganó con el respaldo del ala más dura del Frente Farabundo Martí, es inteligente, moderado y sensato. También entre los empresarios y el partido de la derecha Arena parecen prevalecer los convencidos de que no habrá país sin oportunidad para todos.
La UCA sigue formando para el diálogo. Una universidad no puede evadir los problemas nacionales ni puede fomentar la exclusión, sino valores para liberar al país de los crímenes y exclusiones del pasado.
La sangre de nuestros hermanos jesuitas universitarios mártires sigue inspirando la fidelidad universitaria para construir juntos y con espíritu cristiano la nación, sin dejarse atrapar por el pasado criminal. Creemos en el Dios liberador revelado en el amor de Jesús. En el nombre de Dios no se puede bendecir la opresión ni se pueden canonizar sistemas totalitarios envueltos en la falsa promesa de “paraísos en la tierra”, ni sembrar la idolatría de identificar el Estado y la Revolución con Dios.
Fuente: Ugalde, Luis. Mártires universitarios.
El Nacional, 5 de noviembre de 2009.