Posted on 21 Diciembre, 2009 | No Comments
Javier Camacho Miranda
Cien años han pasado desde el nacimiento de uno de los intelectuales más influyentes de la historia contemporánea de Venezuela. Oriundo de Barcelona, estado Anzoátegui, Miguel Otero Silva tuvo como bandera desde muy joven una pasión sostenida y genuina por la justicia social en la nación del siglo veinte.
En palabras del director de los programas de maestría en Historia de Venezuela e Historia de las Américas de la Universidad, Tomás Straka, “la política es uno de los ejes que atraviesa transversalmente la vida de Miguel Otero Silva”, a pesar de ser comúnmente conocido como un laureado escritor y periodista. Desde muy joven hasta sus últimos años este personaje estuvo impulsado por una sensibilidad política característica, en lo referente a las formas de organización colectiva y bienestar social.
Tanto en la novelística como en la obra poética de este personaje, la política aparece como un pilar fundamental en desarrollo. Su novela Fiebre, escrita en el exilio y publicada en el año 1940, se convierte en un balance referido a aquellos sucesos del año 28 en contra del general Juan Vicente Gómez. La muerte del Benemérito permite su regreso al país en el 35, pero sus versos satíricos para el diario Ahora, Sinfonías tontas, representarán un nuevo boleto de salida que lo hace volcarse momentáneamente como militante comunista en dos grandes conflictos que se desarrollan en Europa para ese momento: la guerra civil española y el inicio de la segunda guerra mundial.
El regreso a Venezuela en la década de los 40 significó para Otero Silva el desarrollo de una vena periodística que dejará huella en el género, tanto por sus innovaciones como por su correcto desenvolvimiento. En 1941 funda junto con Francisco José Kotepa Delgado y Claudio Cedeño el semanario humorístico El Morrocoy Azul, donde participarán personalidades destacadas como Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, Aquiles Nazoa e Isaac J. Pardo, entre otros.
Dos años después se convierte en el jefe de redacción -y posteriormente en director- de El Nacional, periódico fundado por su padre Henrique Otero, que se convertirá en una de las referencias claves en la prensa venezolana desde su fundación hasta nuestros días. Según el periodista y profesor de la escuela de Comunicación Social de la Universidad, Carlos Delgado, tenemos en Otero Silva la figura de un intelectual además de un periodista: “es un intelectual que se ubica a medio camino entre la producción de material informativo para un medio de apertura industrial y los intereses de las audiencias relacionados con el concepto de ciudadanía… en la vinculación de ambos intereses vive el periodista contemporáneo”. El hecho de escribir para distintos medios en primera instancia y luego la participación activa en la creación de un periódico que ha estado volcado a la formación de ciudadanía democrática en Venezuela refleja el compromiso ideal del periodista, según Delgado, con respecto a la concepción de la información y su relación con el contexto, para así llegar a la línea necesaria de diálogo entre los intereses de una población y los focos que controlan el poder.
Con una carrera periodística asentada, a partir de 1950 Otero Silva se dedica en mayor parte a la producción literaria. De sus investigaciones en el llano, específicamente en el pueblo de Ortiz y su casi total extinción a causa del paludismo, surgirá su segunda novela Casas Muertas, de nuevo instalada en un tópico social, en este caso avisando sobre las precarias condiciones del campo venezolano. Aspectos sociopolíticos de referencia nacional encuentran también camino en esta vasta trayectoria, como los son los grandes cambios que representó el petróleo en su trabajo, Oficina nº 1 (1961), y la represión, la tortura y la violación de los Derechos Humanos durante el régimen de Marcos Pérez Jiménez en La muerte de Honorio (1963).
La Iglesia fue otro foco de crítica para este autor, a la cual atacó cruda y jocosamente bajo el seudónimo de Iñaqui de Errandonea, con la publicación de uno de sus libros de versos satíricos más populares: Las celestiales (1965).
El salto definitivo en términos de estética literaria lo consigue Otero Silva con su última novela centrada en acontecimientos políticos del país, llamada Cuando quiero llorar no lloro, representación vanguardista de la generación que vivió los movimientos de guerrilla en la década de los 60. La estructura narrativa de esta pieza representa una innovación que le permite al autor un uso más amplio de toda su condición de poeta.
Sus dos últimos trabajos literarios están centrados puntualmente en elementos históricos. Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1971), es un intento por comprender el alma de América en base a sus grandes contradicciones y La piedra que era Cristo (1984) trabajo de carácter místico referente a la vida de Cristo, logrando un equilibrio entre ficción y realidad envidiado por otros autores que se han acercado al tema.
La de Miguel Otero Silva es una trayectoria en la que resalta la novelística; en el estudio de ésta se aprecia el nivel de unión que existe entre la narración, el periodismo, la política, el humor y la poesía, desembocando inevitablemente en su continua preocupación por la justicia social.