Posted on 02 Noviembre, 2009 | No Comments
Una de las figuras que contribuyó con su esfuerzo e intelecto en la materialización de la prédica liberal enarbolada desde los primeros años de la república fue sin duda alguna Jesús Muñoz Tébar, quien por más de cuatro décadas llegó a constituirse en personaje fundamental del último tercio del siglo XIX venezolano.
Nacido en Caracas el 17 de enero de 1847, fue hijo del general Juan Muñoz Tébar y de doña Manuela Portilla y Prado. Para más luces era sobrino de Antonio Muñoz Tébar, notable patricio que tuvo una impecable actuación en tiempos de la I y II República.
Cursó sus primeros estudios en el colegio Vargas en Caracas y luego en la Academia Militar de Matemáticas de donde egresó en 1866 con el grado de Teniente de Ingenieros. En ambas instituciones contó con el privilegio de contarse entre los discípulos de don Manuel María Urbaneja, quien supo ejercer sobre ellos el sano influjo de la rectitud humanista y profesional.
Su trayectoria pública bien puede resumirse en las siguientes facetas: como maestro hizo del magisterio el escenario propicio para procurar corregir los males de la desigualdad social, nacida de la ignorancia; como ingeniero puso en práctica sus conocimientos para vencer los muchos obstáculos de la naturaleza que dificultaban la comunicación dentro del país; y como estadista fue un convencido absoluto de la necesidad de poblar en forma provechosa el territorio, a través de la incorporación de grupos humanos reconocidos por su ciencia y amor al trabajo.
Fue llamado el “constructor” del guzmancismo y allí quedaron como pruebas de su labor los edificios, puentes, carreteras, ferrocarriles, plazas y otras obras que ejecutó a lo largo de su desempeño como Ministro de Obras Públicas en cinco ocasiones. En dos oportunidades llegó a ocupar el rectorado de la Universidad Central de Venezuela, habiendo recibido de esta casa de estudios el doctorado en Ciencias Filosóficas.
Cuando alcanzó la plenitud de su madurez política, levantó su voz contra los males políticos de los pueblos hispanos que alcanzaron su independencia, dejando para la posteridad un libro de inconmovible vigencia: Personalismo y legalismo, publicado por vez primera en 1891.
Muñoz Tébar era un ferviente convencido de la importancia de la educación como mecanismo sine qua non para mejorar el comportamiento de los pueblos y asentar en éstos verdaderas costumbres republicanas de respeto a las leyes y rechazo al despotismo.
Su más importante legado para las generaciones futuras lo representó el haberse manejado con absoluta probidad durante el desempeño de sus prolíficas funciones públicas, atesorando para él y los suyos sólo la honra de cumplir con sus deberes, sin recibir prebendas o recompensas indecorosas. Una verdadera proeza en un medio que era tan propicio para el cohecho. En tributo a su prolija hoja de vida, su féretro fue acompañado en solemne procesión hasta su última morada el 7 de septiembre de 1909.
José Alberto Olivar
Profesor de la escuela de Educación