Posted on 30 Julio, 2009 | No Comments
Descentralización frente al centralismo; democracia, igualitarismo, libertad, revolución, inclusión…¿no son todas referencias que gravitan hoy en torno a cada uno de nosotros? ¿No nos son referencias en extremo familiares?
La Guerra Federal llega a su sesquicentenario envuelta en muchos de los dilemas que ya la definieron en su tiempo. Los venezolanos de esta hora, como los de entonces, todavía tenemos grandes dificultades para definir en qué consistieron exactamente las razones reales por las que se peleó con tanta ferocidad, en todas partes y de forma tan prolongada; si los millares de muertos valieron la pena, si aquello fue una épica o una simple matanza, un acto de locura colectiva, la lucha revolucionaria de un pueblo que quiso ser libre y vivir en igualdad o el desate de todas las pasiones. Son dilemas que nos enfrentan a la inmensa dificultad de sopesar los procesos históricos cuando muchas de sus variables siguen vivas entre nosotros.
Guerra Larga, Guerra de los Cinco Años o Revolución Federal, los problemas comienzan desde el mismo momento de buscarle un nombre. ¿Fue o no una revolución, como se empeñaron en recalcarlo sus líderes? ¿Fue simplemente otra guerra civil?. Por supuesto, la historiografía ya ha dado algunas respuestas. Hace un siglo José Gil Fortoul tranzó el problema con aquello de que la Guerra Federal fue en lo social, lo que la de Independencia había sido en lo político. Con esto, en algún grado seguía a lo dicho por Juan Vicente González cinco décadas antes. Cuando aún era un escritor muy opuesto a los federales, señaló que fue una guerra social (cosa que en su mirada de conservador encerraba las peores connotaciones de disolución y anarquía); pero después, cuando sus desavenencias con el José Antonio Páez de la dictadura de 1861 al 63, y el buen trato que le prodigó Juan Crisóstomo Falcón lo empujaron al otro bando, la interpretó como la palanca que nos había dado libertad, cuando la Independencia sólo nos legó la autonomía frente a España.
Vayamos con lo social. Ciertamente, la Guerra Federal no generó transformaciones estructurales ni en la sociedad, ni en la economía venezolana. Pero permitió que un nuevo elenco de hombres representara a sectores en ascenso y que a través de éstos llegaran a los más altos cargos, sobre todo políticos y militares. Fue lo que los liberales de entonces llamaron “democracia”, en un sentido que pasaría a ser dramáticamente venezolano: no poniendo el acento en la convocatoria a comicios libres y pulcros, cosa que se hizo muy poco y que Guzmán Blanco terminó por sepultar; sino en la posibilidad de que cualquiera, con el valor, la astucia y el talento suficientes, indistintamente de su origen, pudiera llegar hasta el pináculo de la sociedad.
En efecto, muchos se las arreglaron para ascender, haciéndose generales o coroneles, obteniendo una parcela o un latifundio o hasta varios, pero sobre todo derogando –lo que, la verdad, ya estaba bastante avanzado desde la Independencia– que la condición de mantuano fuera taxativa para acceder al poder. Basta echar un vistazo a los países del vecindario para comprender lo que significaba esa “democracia” venezolana. Es notable que a partir de entonces ningún representante de la aristocracia criolla haya llegado a la presidencia, así como que la base campesina y parda de la sociedad venezolana se quedara tranquila por más de setenta años. Si bien el racismo no desapareció, ya no son posibles lemas como los de “a Caracas, a matar a todos los blancos y a los que sepan leer y escribir”, que repitió más de uno en 1859.
Pero hay otro dilema más que no podemos soslayar: el de la Federación en sí. Desde 1811 Venezuela se ha mecido en un pendular entre el sueño de sus regiones por la autonomía y la necesidad de sus élites por encontrar una fórmula de orden para el ser nacional. Tal vez el federalismo signifique demasiada democracia y pluralismo en un país consetudinariamente gobernado por dictadores. O tal vez hay problemas de base en nuestra geohistoria que la impidieron en términos reales. La descentralización no fue exitosa hasta que la nación estuvo culturalmente integrada, el territorio físicamente comunicado y el Estado moderno completamente consolidado, en la década de 1990.
Descentralización frente al centralismo; democracia, igualitarismo, libertad, revolución, inclusión…¿no son todas referencias que gravitan hoy en torno a cada uno de nosotros? ¿No nos son referencias en extremo familiares? ¿Qué puede significar esto? Cada uno de sus dilemas sigue siéndolo, no porque las cosas no han cambiado, sino porque están en la raíz de cada cambio. Por eso vale la pena detenerse en ella, porque es detenernos en cada uno de nosotros y de nuestros más grandes retos para el porvenir. Esa es la importancia a 150 años de la Guerra Federal. Tal vez para balances más definitivos aún nos quede por aguardar un poco más.
Tomás Straka
Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Ucab